La crisis Siria, en Líbano: viejos enemigos, nuevos motivos

24 may '12

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La crisis Siria, en Líbano: viejos enemigos, nuevos motivos

Las revueltas en Siria siguen afectando al país vecino, Líbano. En esta crónica, publicada en la edición española de Foreing Policy, la delegada de Cives Mundi en Oriente Próximo, analiza la situación.

Si bien los enfrentamientos en la norteña ciudad libanesa de Trípoli no representan novedad alguna, el trasfondo actual propicia una escalada de violencia. En junio de 2008 las tensiones entre los barrios de Babal Tabbaneh (mayoritariamente suní) y Jabal Mohsen (sobre todo alauí) dejaron una treintena de muertos y decenas de heridos. Los choques armados se reanudaron en junio de 2011 y febrero de 2012. Ambos barrios llevan enfrentados desde hace mas de 30 años, cuando el Ejército sirio entró en el país y apoyó a los alauíes (escisión musulmana chií considerada como apóstata por muchos suníes y a la que pertenece la familia de Bashar El Assad, así como 12% de la población siria). Posteriormente, el régimen de Damasco comenzó a respaldar a algunas facciones suníes y salafistas, por lo que hoy hay grupos salafistas como Harakat al Tauhid, liderada por el Sheik Shabnan, que apoyan a la milicia chií y al partido Hezbolá. Por lo tanto ni los enfrentamientos entre suníes y alauíes son nuevos ni todos los suníes –entre ellos, todos los salafistas– se oponen a Siria o Hezbolá.

El origen de los recientes acontecimientos en Trípoli se sitúa en un enfrentamiento entre islamistas y militares libaneses después de que un líder local islamista, Shadi al Maulaui, fuera arrestado. Según sheijs locales, Al Maulaui es un combatiente que cruza sistemática e ilegalmente a la vecina Siria para luchar contra el régimen de Bashar, recluta voluntarios en Líbano y abastece con armas a los insurgentes para proseguir la lucha. Los primeros choques se produjeron entre los seguidores islamistas que exigían su puesta en libertad y el Ejército libanés, pero más tarde la tensión se extendió al vecino barrio de Jabal Mohsen, incluyendo a los alauíes en la ecuación. La muerte de un clérigo suníes opositor al régimen sirio, Ahmed Abdul Wahed, en un control militar ha servido para detonar el ya tenso ambiente entre opositores y defensores del régimen de El Assad en Líbano.

En anteriores enfrentamientos entre ambos barrios y sectas, el trasfondo político se regía por la dicotomía política interna libanesa dividida desde el asesinato del ex primer ministro Rafic Hariri en 2005. El magnicidio fusionó el espectro político libanés alrededor de dos bloques: uno liderado por Hezbolá (8 de Marzo) y el otro, por Hariri hijo (14 de Marzo). Siria aquí jugó un rol más bien secundario –a pesar de que se atribuye al régimen sirio la autoría del atentado–, puesto que se trataba de un contexto nacional basado en la batalla por el control del poder político entre el 8 y 14 de Marzo.
Hoy, el trasfondo es muy diferente, ya que la de facto guerra civil siria ha llevado a sendos bloques libaneses –cuya configuración en el espectro político del país de los cedros difiere de la de 2005 y cuyo liderazgo político se ha invertido con el 8 de Marzo como bloque mayoritario en el poder– a posicionarse respecto a la política interna siria. Por un lado, Hezbolá apoya al régimen de Bashar El Assad y, por otro, el bloque del 14 de Marzo respalda a los opositores sirios. A ello se suma la porosa frontera que separa Líbano de su gran hermana siria, por donde entran y salen refugiados sirios (unos 20.000 desde el comienzo de las revueltas), armas y combatientes, así como el cruce sistemático de soldados sirios a territorio libanés.

Ambos bloques políticos libaneses han hecho en el último año un tremendo esfuerzo para contener a sus seguidores y evitar un regreso a la atmósfera de guerra civil. Hezbolá ha moderado su discurso interno contra el 14 de Marzo, aunque manteniendo siempre un apoyo abierto al régimen de Al Assad y tachando a los opositores de terroristas extranjeros. El Partido de Dios es el mayor interesado en mantener un perfil bajo, dado que ahora tiene una posición fuerte en el Gobierno libanés. No quiere verse forzado a tomar una postura abiertamente militar en el conflicto sirio que ponga en riesgo sus logros políticos y sociales del último lustro, ni que le ponga entre las cuerdas a la hora de elegir entre la fidelidad al régimen sirio, fuente de ingresos y apoyo logístico, y los intereses del pueblo libanés, seguidores y base social del movimiento y milicia. Sin embargo, el bloque del 14 de Marzo se ha mostrado menos comedido en los ataques retóricos al régimen de Damasco y a sus defensores en el tablero libanés.

En cuanto a la esfera suní libanesa, varios sheijs locales de Trípoli y Sidón –los dos bastiones suníes [en Sidón es donde Cives mundi desarrolla sus proyectos con jóvenes palestinos]– han pujado por mantener la presión de la opinión pública convocando numerosas manifestaciones y librando en ocasiones incendiarios discursos contra el régimen de Bashar El Assad y los chiíes. Numerosos sheijs suníes del país de los cedros ven una oportunidad en la caída del régimen alauí para el ascenso de un poder suní (el 80% de la población siria pertenece a esta rama del Islam) aliado en la vecina Siria, que permitiría un reverso en las relaciones con un vecino intrínsicamente ligado a su historia, política, sociedad y economía. Un interés que no solo atrae a los sheijs locales, sino también a las ambiciones de expansión suní de Arabia Saudí, que ve en Siria la ocasión de asestar un golpe al creciente poder de Irán en la región.

En la coyuntura actual y dado el grado de tensión, varios actores se erigen como potenciales detractores o aceleradores para un conflicto en Líbano. Los discursos que adopten los principales sheijs suníes del país en los próximos días determinarán si se incita a los jóvenes a tomar las armas en apoyo o protesta contra el régimen sirio o se opta por la calma. Sin embargo, los enfrentamientos en Beirut entre los seguidores del Sheik Shaker Berjaoui –líder del Partido del Movimiento Árabe– y los partidarios del Movimiento del Futuro de Saad Hariri ponen de manifiesto la fragilidad del liderazgo suní libanés diseminado tras la desaparición de Rafic Hariri, que contrasta con la unidad y centralización de la toma de decisiones entre los chiíes alrededor de la figura del Sayyid Hassan Nasralá, líder de Hezbolá. Una división que implica que las órdenes a la calma no sean respetadas a pie de calle.

En cuanto a Hezbolá y a pesar de lo contraproducente de un conflicto interno para sus intereses políticos, el régimen sirio podría aprovechar la coyuntura para desviar la atención del conflicto sirio hacia Líbano, y así ganar bazas en una futura negociación en el tablero regional e internacional como actor clave capaz de influir en un regreso a la calma.

Por último, el ataque ya sea verbal o armado a las Fuerzas Armadas Libanesas (LAF, en sus siglas en inglés) se ha convertido en una baza recurrente desde que comenzaran las protestas en Siria. Hasta ahora la neutralidad del Ejército libanés le convertía en el único símbolo de unidad nacional y amortiguador entre ambos bloques políticos. La creciente presencia de Hezbolá dentro de las LAF, a través de sus servicios secretos y altos cargos afines, así como la constante connivencia de éstas ante las incursiones del Ejército sirio en territorio libanés, han convertido a las LAF en objetivo de las críticas del 14 de marzo en general y de los opositores suníes en particular. Un nuevo elemento en la política de Líbano que se antoja mucho más alarmante que los enfrentamientos entre Baba el Tabaneh y Jabal el Mohsen para la estabilidad del país.

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