La responsable de Cives Mundi en Líbano, Natalia Sancha, viajó hace unos días a Trípoli, la tercera urbe más grande del país, a unos 80 kilómetros al norte de la capital. Más o menos es la misma distancia que la separa de Homs, la ciudad donde el régimen sirio perpetra una represión brutal. A Trípoli están llegando decenas de desplazados, muchos de ellos, heridos. Ésta es la historia de alguno de ellos.
El olor a sangre se mezcla con el del yodo que empapan la cama del Sheikh Ahmed. A sus 32 años este Sheikh de larga y espesa barba, bajito pero de complexión fuerte llora como un niño desconsolado al relatar la vida en el barrio Baba Amr, uno de los más castigados por los bombardeos, francotiradores y el Ejército de Bashar el Assad en la ciudad de Homs.“¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? desespera una y otra vez. ¿Dónde están los árabes?, Somos todos hermanos, somos una Umma (en referencia a toda la comunidad musulmana mundial). El Ejército de Bashar bombardea primero una casa, y cuando la gente se agolpa a socorrer a los heridos arroja otro misil para matar más gente. Es insoportable. Recogemos un trozo de cuerpo, un niño sin cabeza, una mano … ¡Ni siquiera cadáveres!. Nos tienen peor que animales, sin electricidad sin comunicación alguna, sin gasolina y hasta disparan a los contenedores de agua”. A pesar del agotamiento y la perdida de sangre, el Sheikh habla sin cesar como si con ello se vaciara de las pesadillas vividas.
Los relatos de los heridos que llegan de Siria son espeluznantes. Son los heridos y no los muertos los que ponen cara, y testimonian de los horrores de la guerra. Los rumores de las torturas y brutalidades cometidas por el régimen sirio corren de cuarto en cuarto entre ellos que los cuerpos de los muertos a manos de la tortura son cortados en dos con sierras y sus órganos extraídos para ser enviados a Irán. Un temor que explica que decenas de heridos graves prefieran lanzarse a la locura de recorrer los poco mas de 100 kilómetros que separan Homs de Trípoli en hasta 24 horas a expensas de desangrarse en el camino antes que ser atendidos en un hospital sirio.
Pero hoy parece ser una profesión en Baba Amr la de arriesgar la vida. “Hay gente que se la juega cada día para asegurarse que llegue algo de pan”, replica el Sheikh. “Son héroes y lo hacen en parte por los niños, para que no les falte comida”. Los heridos afirman que la mayoría de mujeres y niños han abandonado el barrio de Baba Amr , de 100,000 habitantes, hacia zonas más seguras pero otras han insistido en quedarse en sus casas como prueba de apego a la revolución.
Un proyectil golpeó la casa del Sheikh y le destrozó la pierna derecha. “Cuando me desperté me arrastré como pude y unos compañeros me llevaron a una casa-hospital donde me cosieron superficialmente para evitar la hemorragia”.
Los heridos temen acudir a los hospitales sirios por miedo a ser asesinados o torturados. Por lo que hospitales clandestinos se han instalado en casas de los barrios sublevados donde escasos médicos con apenas instrumentos o medicación operan a los heridos manteniendo un movimiento constante de casa en casa para evitar ser identificados y bombardeados a su vez. Tras una primera asistencia, el estado de Ahmed era demasiado crítico y hubo que evacuarle al vecino Líbano. “Me sacaron en camilla hasta que alcanzamos un coche y ahí me desmayé, no se cuanto tardaron en traerme pero llevo cinco días aquí”. En la cama del hospital apenas puede moverse, y numerosos clavos de metal se hunden en su carne en un intento de mantener la pierna unida. No sabe si volverá a andar.
En los pasillos del hospital, un puñado de jóvenes velan por la seguridad y comodidad de los heridos. Entre ellos, Khaled, un joven estudiante sirio que huyó de Homs hace unos meses. “ Les traen solos, en ocasiones son niños gravemente heridos. La primera asistencia que necesitan es psicológica para asimilar el trauma que han vivido”. Con palabras de comprensión y el amparo de la religión, Khaled recorre los cuartos del hospital, al tiempo que organiza la distribución de comida pagada con los aportes de sirios en el extranjero y libaneses solidarios. “No nos queda nada, nada mas que Allah” repite a cada paciente. El y sus compañeros también recaban información sobre los sucesos en Homs y se aseguran de mantener el anonimato de los pacientes ya sean miembros del Ejército Libre Sirio (ELS) o simples ciudadanos. “En los últimos dos meses hemos recibido entre 250 y 300 heridos. En los últimos cuatro días sólo seis. La mayoría viene de Homs, pero ahora tardan mucho en llegar porque la nieve dificulta el transporte. A ello se suma que ya no hay apenas combustible en Homs y que el Ejército Sirio ha plantado más minas en la frontera, dificultando el cruce”. De los 16 pacientes sirios que hay en el hospital todos son hombres. “Las mujeres tienen miedo de venir al Líbano aunque sean heridos graves. Temen ser arrestadas en el camino por el Ejército sirio, por el libanés o ser secuestradas una vez en Líbano. Además el camino es largo y muy duro, no todos sobreviven”, explica otro joven.
Khaled recibe una llamada. Acaba de llegar otro herido grave a la sala de emergencias con trozos de proyectiles en la cabeza.
En la habitación contigua a la del Sheikh, Abu Hassan yace en otra camilla con el pie y la mano izquierdas inmovilizadas. También de Baba Amr, relata la misma situación que su compañero. “Estaba en casa cuando un proyectil golpeó la ventana. Me alcanzó este lado”, dice señalando el costado de donde le han extraído trozos de metralla. Como Ahmed, cuenta que se quedó en Baba Amr para ayudar con la evacuación de heridos. Como el resto de heridos, niega pertenecer al ELS. Ha desenterrado decenas de muertos y heridos en los últimos días. “Hay de 30 a 70 mártires diarios desde que comenzara el bombardeo de Homs. Es un crimen lo que está sucediendo. He sacado al menos a tres bebes de menos de un año con las cabezas machacadas o partes del cuerpo arrancadas por la explosión. Si te paseas hoy por Homs eso parece Somalia, o Chechenia en tiempos de guerra. Está todo bombardeado, no han dejado nada. ¿Dónde está la comunidad internacional? ¡Que alguien haga cesar el bombardeo!”. No sabe nada de su familia desde hace semanas, pero se consuela de seguir vivo. Abu Hassan tardó 14 horas en llegar a Trípoli. Pasó por seis coches diferentes y varios trayectos en brazos de los compañeros que se encargan de la evacuación clandestinamente para eludir a las tropas sirias antes de llegar a la frontera con Líbano. Allí le esperaba una ambulancia de la cruz roja.
Esta noche los dieciséis heridos sirios compartirán de nuevo la soledad de sus cuartos y los llantos arrancados por las pesadillas de una guerra en un hospital de un país que no es el suyo.
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1 marzo, 2012 at 19:37
Extraordinaria entrada y no menos extraordinarias las fotos de Natalia Sancha.
¿Hasta cuando vamos seguir permitiendo esta barbarie?.
2 marzo, 2012 at 17:11
En este conflicto, el laxismo de la Comunidad Internacional es evidente e incomprensible. ¿Cómo se puede dejar a El Asad para que siga matando de forma impune a los pobres ciudadanos sirios. ¿Para qué sirve el Tribunal Penal Internacional? ¿Dónde están Naciones Unidas y EE.UU? Bien es verdad que en Siria no hay petróleo pero hay personas en peligro de muerte, y la vida humana es con mucho más importante que los recursos naturales y energéticos por los que solo se preocupan los países desarrollados.